El otro día llegué cansado a casa después de un día muy largo, y lo primero que hice fue darme una ducha mientras mi cabeza no paraba de pensar. Al salir de la ducha, miré al espejo y por fin ahí me encontré, cara a cara conmigo mismo, estábamos nosotros dos nada más y era el momento para poder decirme las cosas que pensaba. No sabía si la persona del otro lado del espejo me iba a dar la solución, pero igualmente sin pudores ni temores le conté todo lo que me pasaba. Extrañamente, una vez verbalizados todos mis problemas, me sentí mejor, más aliviado y me di cuenta que no eran tan graves mis problemas. Me parece que voy a hablar más seguido con esa persona que aparece en el espejo de mi baño.
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